miércoles, 9 de marzo de 2011

De Quito a Camaguey, a Santiago


Memorias de un día cerca de The Backstreet Boys.

Suele la mente obrar por mecanismos inesperados. Anoche he estado en tres ciudades a la misma vez. He sido testigo de la visita a Quito de uno de los fenómenos más representativos de mi época de adolescente. Aun recuerdo mis días de estudiantes en el IPVCE de Camagüey, cuando todos querían parecerse a ellos y abandonaban su pacto con los libros para ensayar hasta la perfección cada una de sus coreografías, tararear en los labios sus letras en inglés, y conseguir sus mismos cortes de pelo. La famosa banda The Backstreet Boys, el suceso musical de los años noventa, llegó al centro del mundo para ofrecer un concierto, el cual forma parte de una gira mundial que les hace unirse de nuevo, y les obligará a visitar otras naciones de este continente.

Aunque son muy blancos, poco entienden de español y sus ropas le hacen ver como chicos dueños de este tiempo, los integrantes del ahora cuarteto causaron furor entre quienes les recuerdan como una parte hermosa de sus vidas y no escatimaron tiempo y dinero, para disfrutar de la única de sus presentaciones en este país. Y es que sin apenas respirar el aire de la ciudad, atemperarse a su altura, o disfrutar de la lluvia que les dio la bienvenida en el aeropuerto Mariscal Sucre, los músicos burlaron el cordón de fanáticos que les esperaba en el aeropuerto para irse a a hacer la foto con un pie en el sur y otro en el norte. La noche les trajo el encuentro con su público. Ni siquiera el costo de 35 dólares de los asientos más lejanos a ellos en el Coliseo Rumiñahui, en un país donde el salario básico no rebasa los 260, impidió que aquello se colmara, que fuera el acontecimiento.

Y aunque el despliegue de luces, efectos especiales, la sonrisas de A.J. McLean, Howie Dorough, Brian Littrell y Nick Carter también a mi consiguieron cautivarme, no dejé de pensar en esa fuerza enorme de la industria cultural obligándonos en gustos y decisiones. Entonces viajé a aquel día en que fingí ser un técnico de audio de Tele Turquino en Santiago de Cuba, para conseguir un sitio aunque fuera de pie, en el regreso de Silvio Rodríguez a la más caribeña de nuestras ciudades. Y allí imaginando el espectáculo que sería tenerle a él en el Rumiñahui, agradecí por la posibilidad de haber nacido en una isla de verdaderos artistas, en una tierra pródiga en sonidos, acordes, creadores. De Quito a Camaguey, de Camaguey a Santiago, y de Santiago otra vez a Quito, sigo siendo un hombre con mucha suerte.

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