miércoles, 24 de marzo de 2010

Breves horas en la tierra del Yayabo.


Fueron en verdad muy breves mis horas en Sancti Spíritus. La tierra del Yayabo, las guayaberas y otras leyendas aun por escribirse, me cautivó una vez más gracias a mi espíritu de viajero a toda costa. Esta vez me convocaban las sesiones del encuentro regional de Género y Comunicación, evento que cada dos años invita a reflexionar a los que ejercen el oficio de la palabra desde la radio, la televisión, el periódico o la web, y viven preocupados en cómo nos marca la cuestión milenaria de ser hombres o mujeres.


Llegué a la tierra de Serafín Sánchez con el afán de recorrerla de un punto a otro, más no me alcanzó el tiempo para tanto. Apenas el parque, la sede de la Biblioteca Municipal, la casa de los periodistas espirituanos y el Boulevard, me ayudaron a calar una ciudad que lucha por imponerse a pesar de la humedad de su río, y de los significativos estragos que tantos años de crisis económica y olvidos imponen a los cubanos.


Fue aquel surco de agua llamado Yayabo el que marcó la fundación de la ciudad. Por eso el puente que lo cruza, la vieja iglesia mayor y el propio parque que dedican al heroe mayor de aquella región, marcan los sitios más emblemáticos de la ciudad. Estatuas de personajes populares como el vendedor de periódicos o el pintor de murales, adornan un boulevard donde es imposible definir una uniformidad en estilos arquitectónicos de los edificios, los cuales parecen asistir a un concierto mayor en esa arteria.


Aquel es un sitio apacible, sin las grandes pretensiones de otras urbes cubanas mucho más dadas a la opulencia y el poder. Es una tierra de hombres y mujeres dispuestos a hacer cualquier cosa para que te lleves a tu casa uno de sus productos. Un paraje que en algunas de sus esquinas hace recordar al viejo Camaguey de tejas rojas, calles estrechas y ríos por todas partes.


Guarda la ciudad la mayor colección de guayaberas de las que se tenga noticias en el mundo. Tiene su museo hermosas piezas de la mueblería cubana del siglo diecinueve. Enseña su biblioteca el esplendor de aquellos años 30 en los que desde la tierra emergían grandes moles de hierros y concreto, en el más genuino de los eclecticismos.


Tuvo Sancti Spíritus para mí el encanto de los pueblos inexplorados, el afán de beber en pocas horas lo que necesariamente hay que tomar acompasado y dándose tiempo para disfrutar. Aquella es una ciudad situada en el centro de la isla, que vive su historia propia, y que ya mismo, entre plazas viejas, gente silenciosa y muchos bicitaxis, hace su presente.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Mi tiempo con Barnet


Hoy he sabido que en este 2010 el poeta, novelista y hombre hecho para el arte cumplió sus siete décadas de vida. La certeza de que aún es joven y de que está entre nosotros, y el placer de saberme entre sus más fieles lectores, me llevan ahora a rememorar aquella mañana de octubre en que toqué a su puerta, en que me recibió en su oficina de la presidencia de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba para conversar sobre la poesía de Antonio Guerrero.

Llegué yo a esa Habana de tantos sueños y emociones, con el propósito de acercarme a algunos de los poetas más encumbrados de la literatura nuestra. Para dialogar con esos hombres y mujeres que pudieran darme datalles acerca de si podía ser o no la poesía un arma de lucha en los más dificiles combates de los seres humanos. Allí en mi listado estaba él. No lo había visto nunca en persona, pero casi le sabía de memoria.

Desde aquel día cuando con apenas 15 años cayó en mis manos el texto que sirvió de inspiración a la película “La Bella del Alhambra”, su Canción de Rachel , siempre me pregunté de donde había venido este hombre capas de entretejer historias, hacer trascender los cotidiano, propiciar la comunión entre los seres humanos desde su replanteo de vidas que pueden ser tan comunes como el sol y la luna, pero que nos sirven a todos para crecer y ser mejores.

Luego vino la “Biografía de un Cimarrón” del centro de la isla. Desde mi adolescencia entendí que la isla nuestra iba a ser una amalgama de voces blancas y negras, y que lo verdaderamente importante era aceptarnos similares y avanzar juntos. Tiempo después reviví las historias de aquel “Gallego” que se quedó definitivamente en La Habana para dar nuevas lecturas a nuestra cubanidad, la del patriota de “La Vida Real” que se fue de su tierra y desde entonces no pasó un día sin que no la extrañara.

También pasaron por mis lecturas primeras su poesía conversacional, su gusto por los estudios etnológicos, su pasión por comprender de donde venimos y hacia donde vamos, sus ensayos en torno a la cultura nuestra. Por eso en aquella mañana de octubre en su oficina mis piernas temblaban. Yo debía mostrarme seguro, como exigen los viejos manuales de periodismo ha de ser todo encuentro importante.

Sin embargo Miguel Barnet me liberó de todas las tensiones desde su plática sincera y siempre abierta a las más enconadas polémicas. Desde la primera taza de café que me brindó, donde reconocí estampada una antolológica imagen de Wilfredo Lam, desandamos los caminos de la poesía cubana. Anduvimos atentos a los abrazos de Heredia, los suspiros de Martí, el toque de tambor de Guillén y los balbuceos de otros autores más contemporáneos. Me ayudó el poeta a entender que talento y sensibilidad no son las únicas respuestas para quienes intenten hacer versos, se precisa de una convicción de un compromiso, de una idea.

Con él supe que la poesía viene a las almas de los grandes así, por que sí, y que buscarle explicaciones, encasillarla dentro de conceptos, es quitarle las alas que por siempre debe llevar ella para sí misma y para sus artistas. Cuando la conversación se hizo más intensa, con su habitual carisma me despidió. Otros asuntos reclamaban su presencia en un sitio al que no podía llevarme.

Me dio uno de sus últimos libros autografiados de manera especial, el cual alguna vez regalé a otro poeta en ciernes, que quisás jamás lo haya vuelto a abrir, y me fui de su oficina con el alma llena de versos y la pasión ecendida por aquel encuentro… Otra vez volví a sus historias de cimarones, de mujeres corroídas por los avatares de la vida , a las vivencias contadas desde sus palabras de esos emigrantes que aquí o alla, lucharon por ser, por estar, por existir…


Aquel día también hablé con Pablo Armando Fernández en su enorme casona del reparto Miramar, en la tarde me fui al encuentro con Cesar López, quien a pesar de su voz entrecortada, todavía se resiste a vivir lejos del mar…. pero mi encuentro con Miguel Barnet vuelve ahora que sé que cumple sus siete décadas de existencia, el autor de algunos de mis libros preferidos... y está alli, guardado para siempre, entre las mejores cosas de mi vida.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Volver...


Yo también me fui… anduve lejos. Todos a veces necesitamos tiempo para estar fuera, para salirnos a respirar, para irnos a ese encuentro siempre necesario con nosotros mismos. Estar lejos, irse a otra parte, el sentimiento de mirar desde la distancia, es cosa que siempre motivó a poetas y trovadores, a pintores y compositores de hermosas sinfonías. Ellos cantaron desde la distancia y vivieron de mejor manera el presente que les tocó, cuando estaban fuera… Pero si irse resulta siempre algo fascinante mejor es Volver…. Y yo ahora he decidido Volver.

Otros empeños me mantuvieron lejos de mis amigos del blog, de los que esperaban las noticias que Desde Florida llegaban como aliento de vida, hasta los que decidieron alguna vez no estar, pero siguen cerca en el alma, el pensamiento y el amor. Los que llegaron hasta mí por otras razones y de todas maneras fueron bienvenidos, también me esperaban, y por eso ahora los reverencio por su comprensión y su cariño.

Me fui lejos a explorar otras tierras desconocidas y otros paraísos perdidos, me vi entre libros viejos y caminos medievales, tomé la espada en la mano y libré batallas bien difíciles el tiempo que pude, y hasta donde me dieron las fuerzas. Supe de pintores, de pequeños seres que conquistaron corazones en tiempos pasados, de gavetas vacías, de cuartos oscuros, de iglesias de capiteles enormes y puertas de hierro. Aprendí del poder de la sencillez, de la importancia de la sinceridad, de la insustancialidad de cosas materiales y artificios del alma.

De allá traigo el impulso para crecer, la voluntad de seguir y la experiencia de convencerme que por muy estrechos que parezcan los senderos, que por demasiadas piedras que pongan delante de ti, habrás siempre de llegar a alguna parte, donde descansar, donde ser tú mismo a toda costa. En este tiempo de ausencia hurgué en el pasado y me llené de memoria. Anduve cerca de la poesía y del mar, rememoré la leyenda de los barcos hundidos, crecí en el empeño de saber que el tiempo no es tiempo, si no eres capás de hacerte dueño de él y moverlo a tu antojo.

Supe de seres venidos de otras galaxias que permanecerán para siempre cerca de mí, conocí de otros que creía más cercanos y que inevitablemente se diluyen en la irreverencia de sus reacciones. Transité calles amplias, recorrí infinidad de kilómetros de este a oeste y viceversa, recibí aplausos, derrumbé puertas, salté muros en un encuentro fascinante y duro conmigo mismo.

En este tiempo que estuve lejos conocí de gente que como yo, lucha por ser feliz, de otros que no soportan ver a los demás crecidos y plenos, y se cocinan en sus propias maldades, y de todos aprendí. Ahora he vuelto para contar todas esas historias, para hacer de este blog un sitio un poco más personal, un lugar donde contar mis vivencias en este andar por la vida. Desde Florida o desde cualquier parte, prometo sumarme a la cofradía hermosa de los que aun en la isla existen, sueñan, construyen, fundan.

Y que sea este tiempo de Volver para mi…. el camino hacia delante, la hora del futuro.