sábado, 19 de junio de 2010

Mensaje de junio para el hombre mecánico

Al hombre mecánico lo encontré un día de junio en la ciudad de ríos enormes, puentes de hierro y palacios derruidos. Había salido del taller de cosas inservibles, para vivir su propia historia de tornillos, tuercas y sonidos de metales crujientes. Venía con una capa negra sobre su cuerpo, haciendo sonar siempre aquel mecanismo inentendible de piezas nuevas y viejas, de manos y brazos enormes, de dedos siempre uniformes y hermosos. Antes había vivido el hombre una infancia feliz, entre trozos de camiones usados en zafras de metas infructuosas, o en la compañía de aquellas verjas y capiteles que de tan amadas se hicieron suyas con el tiempo.

El hombre mecánico amó las letras desde chico, el francés, la historia, la aventura. A fuerza de lucha y tenacidad, dio sus primeros pasos por la vida. Se levantó de la esquina fría y caminó sin vacilación por senderos siempre difíciles. Se armó de libros, de poemas, de imágenes que fueron eternas después gracias a su sensibilidad y su talento. Recibió entonces la incomprensión de quienes le eran cercanos, el reproche de quienes no entendieron que detrás de aquella amalgama de piezas conectadas por los caprichos de la vida, palpitaba también un corazón de hojalata dispuesto a regalar a los demás lo mejor de su savia.

Al hombre mecánico hubo tiempos en que le flaquearon las fuerzas, entonces se hizo de corazas para que el acero de su cuerpo no lo oxidara el salitre, o el viento perenne de la ciudad donde habita. Hasta su antiguo taller se llevó muchas veces a algunos viajeros que se aventuraron a acompañarle, en una búsqueda siempre infructuosa de un poco de ternura, para su vida de constantes ajustes, desniveles, y nombres troquelados sobre su cuerpo.

Otras peripecias le obligan a ajustar constantemente el mecanismo de su existencia, en una lucha contra el tiempo, que ni siquiera las miles de tuercas, tornillos, o arandelas que introduce diariamente en su estructura evitan que sus piernas sean ya menos duras, y que sus ánimos sean mejores. Pero el hombre mecánico batalló a toda costa y se hizo grande. Creció a la par de las historias que vivió y tiempo después pudo contar, en un espacio creado para sí y para los demás.

Y aquella noche de junio yo y el hombre mecánico desandamos los caminos de la vida. Nos encontramos en un diálogo fértil y feliz que nos llevó por senderos de montañas en bicicletas sin sentido, que nos convidó a saltar juntos barreras y obstáculos, a mojar nuestros cuerpos en las aguas de los ríos o en los mares donde descansan barcos de hierros, que nos hizo creer en la eternidad de la amistad, en el valor del amor, en la importancia del respeto y la comprensión.

Y un año después aun yo busco al hombre mecánico en la inconsistencia de su taller y le veo venir siempre sonriente, articulando aquellos mecanismos que en un tiempo me hicieron creer que también yo podía volverme de acero, que en una época me hicieron soñar, y que me invitan, cada vez que amanece, a pensar en cuanto hemos de aprender de las leyes de la mecánica, en la eternidad de las máquinas, en la belleza de ese crujido de metales cuando mueve su cuerpo.

sábado, 5 de junio de 2010

El teatro de mi vida


Otra vez la ciudad de Camaguey vibra por el impulso de los hombres y mujeres de las tablas. El Décimo Tercer Festival Nacional invita a que estemos cerca de este arte, en un encuentro que suele ser siempre cautivador e interesante. Teatristas de muchos sitios de la isla de palmas y la gente alegre, inundan los espacios habilitados para regalar jornadas inolvidables, hacerte vivir historias y sobre todo mostrarte que el mundo no sólo se reduce a la expresión triste y alegre que nos muestran las caras con que identificamos la pasión que tantas horas arrancó a Esquilo, Sófocles, Shakespeare o Ibsen.

El teatro ha sido en mi vida fuente inagotable de pasiones, de buenos momentos, de historias inolvidables. Aún me recuerdo en mis días de infancia cuando en algún momento me atreví a seguir los impulsos de la instructora Rosa de la Casa de Cultura de mi pueblo, para aventurarme a interpretar personajes y vivir en mi piel las historias de príncipes y guerreros al rescate de princesas. En aquellos empeños infantiles presumía siempre yo de ser héroe, y confieso que secretamente llegue a enamorarme de la bella Helen, que hacia pareja conmigo en aquel drama de hadas madrinas, castillos encantados y brebajes hechizantes.

Tiempo después el teatro me sorprendió otra vez caminando por las calles de aquel Santiago de tambores y cornetas chinas, en mis años universitarios. Hasta el Cabildo Teatral o la Sala Macuba solía irme yo con mis amigos de aquella etapa, o a veces solo, para comprender las historias que por medio de las puestas hasta mí llegaban. Otras situaciones de mi vida me acercaron inevitablemente a quienes aman el teatro y lo estudian, y entonces lo amé y lo estudié también yo.

Porque es imposible no emocionarse. Existe una magia allí entre quienes interpretan y quienes asisten. Las historias van contándose entre gestos, miradas, matices de la voz, y uno ya no puede escapar, hay que vivir cada escena así, con la intensidad de las cosas efímeras, con la pasión que sólo propicia lo irrepetible. En cierto modo los seres humanos hacemos de la vida también un escenario, en el cual no podemos evitar construirnos personajes. Andamos así sobre las tablas imaginarias de la cotidianidad, con el telón de los prejuicios y las desventuras de fondo, y alumbrados por los sueños y las esperanzas de otros tiempos mejores.

Al teatro grande que es la vida asistimos todos, a veces mejores o peores vestidos, con los textos aprendidos de memoria, u obligados a improvisar de momento, vamos consumiendo puestas, ganando aplauso o abucheos. La hermosa Camaguey acoge ahora su fiesta grande para la expresión y el gesto y me acoge a mi, en estas noches en las que no he podido resistirme a su invitación y he corrido hasta su encuentro ... Ando viviendo otra vez mis historias, mis personajes, mi vida.