El pie derecho en el hemisferio norte, el izquierdo en hemisferio sur y yo en el centro del mundo. Nada ofrece la perspectiva y el entendimiento de la vida, como ese estar a la mitad de todo, como ese mirar desde el mismo medio de las cosas. Por eso ahora que fui al sitio en el cual los quiteños rinden tributo a la ubicación geográfica de privilegio con que los situó el destino, yo entiendo mejor este globo donde vivimos, y asumo de otra manera las actitudes, conductas y decisiones de quienes moran en él.
El monumento que marca justo la línea del ecuador, fue construido en el año 1979. Es un hermoso edificio de hormigón armado, con revestimiento de piedra andesita pulida. Se levanta 30 metros sobre el nivel de la tierra y en su parte superior, tiene un globo terráqueo con un peso aproximado de 5 toneladas. Dentro de la mole existe un museo donde el visitante puede apreciar una muestra de los distintos grupos étnicos que componen la nación ecuatoriana, y donde es posible comprobar la riqueza cultural de la gente de por aquí.
Para un cubano cualquiera estar en el centro del mundo es algo así como un sueño hecho realidad, como un momento importante, como algo supremo. Andamos tan acostumbrados nosotros a no entender de mitades, de diferencias, somos tan dados a definirnos de derechas o izquierdas, que tener los pies en los dos lados, fue algo fantástico. Por eso desde la altura máxima de aquel fascinante edificio, y a más de 2 483 metros sobre el nivel del mar, mire hacia la isla y otra vez fui feliz.
Estar en el medio no es tan malo, se los digo yo, desde el centro del mundo.