miércoles, 6 de abril de 2011

¡Viva Cuba¡ :entre telones, luces y aplausos




Para A y J, bailarines cubanos.


Se abre el telón y les veo salir. Al uno le conocí en uno de esos sitios prohibidos por quienes se dicen normales. Al otro le vi por primera vez cuando giraba en el centro del escenario. Al uno le sé sencillo y humilde en su talento, con el otro no he hablado jamás, pero le imagino soberbio y engreído por lo que posee. El uno es rubio como sueño hayan sido los príncipes medievales, el otro no puede esconder sus ancestros africanos por la forma de caracol de sus cabellos. La mirada del primero delata una picardía enorme, un afán por conquistar más que atención, más que aplausos, más que gritos al final de cada función. La del segundo en cambio ofrece seguridad, pasión, fuerza, vigor. Ambos arrancan aplausos de la gente cuando se cierran las cortinas, cuando se apagan las luces, cuando viene el tiempo de respirar. Los dos bailan en el Ballet Nacional Ecuatoriano. Los dos son cubanos. Los dos viven orgullosos de su isla. El uno es mi amigo, el otro lo será muy pronto.


Arian se fue del ballet de Camagüey un día, en busca de sus sueños de gran bailarín. De Jose no sé su historia pasada. Arian sonríe, mira a su pareja, establece un diálogo exquisito con quienes desde sus asientos regalan el silencio y la mirada. Jose vuela por los aires, mueve a su compañera, alza sus enormes pies de caballero andante. Sus pasos tienen una magia que ni yo me puedo explicar. Arian baila con los brazos, las piernas, los ojos, las pestañas, el aliento. Trae al escenario sus pasiones, sus dudas, sus deseos de soldado en tierra hostil. Jose también se ha curtido en la rumba y el guaguancó, por eso su cintura es látigo, su pecho es escudo, su nariz es espada, su espalda es paloma anunciando libertades por conquistar. No mira a la gente. Baila solo. Se ha creado su propio mundo.

Las manos de ambos son las de hombres fuertes, sus figuras de caballeros esbeltos me hace imaginar aquella rebeldía de Hatuey. Cuando Jose comienza a girar sobre sus pies interpretando un príncipe andino, no dejo de ver en sus curvas la ferocidad de Maceo. Cuando Ariam me regala la gracia de Sigfrido en el pax de deux de El Lago de los Cisnes, no puedo evitar pensar en la ternura de Agramonte. Ariam es Villena y sus versos de amor, Jose es Mella arengando desde la tribuna. Suena la música, se encienden las luces y todos vivimos el momento supremo. Cada historia contada en la escena nos dice del enorme poder de la danza para traernos pasados hermosos y anunciarnos futuros inciertos. Algunos después de verles, se atreven a decir que la compañía danzaria de Ecuador no sería nada sin la presencia de la gente de la tierra de las palmas y el agua por todas partes. Y eso me alegra, porque es hora de que muchos aquí comprendan que somos más que ropa extravagante en las calles, y maletas en vuelo directo a Rancho Boyeros.

Jose y Ariam, han sido la causa de este sentimiento de orgullo que me ha hecho escribir de un tirón estas líneas. Pero son más los bailarines cubanos que prueban suerte a la mitad del mundo. Ellos continuarán regalando aquí talento y virtuosismo. Mientras tanto yo regresaré a cada función, para desde mi asiento del teatro, darles mi aplauso y ese grito de ¡Viva Cuba¡, que siempre que cierra el telón, ahogo en mi pecho.