lunes, 3 de mayo de 2010

… mejor no estar, olvidar, escapar…. No leer.















A propósito del intercambio entre Luis Enrique Perdomo Silva y Yodel de Carlos Pulido.


Duele leer. Jamás pensé que el corazón pudiera oprimirse de esta manera después que mis ojos pasaran la vista sobre las líneas. Quizás mi torpe manía de llevar el sentimiento así, a flor de piel y no resistirme a sentir, a vivir a plenitud, a escribir, es la que me propicia tal frustración. Las líneas que provocan esta inquietud vienen desde el talento, brotaron urgidas por un sentimiento similar al mío, pero distinto. Las ideas a veces suele viajar, por ríos encontrados, por trenes que circulan sobre una misma línea, por carros que se avistan de frente en la vía y de los cuales es ya imposible evitar la colisión.

Mis amigos Luis Enrique Perdomo Silva y Yodel de Carlos Pulido se enfrentan por estos días en un intercambio de criterios en temas puntuales acerca de la situación de Cuba, de la realidad que vivimos en la isla, de lo que puede o no decirse de un lado o del otro. Camagüeyanos amantes de su tierra, hombres de talento probado, ambos fueron mis compañeros en aquellos días en que juntos soñábamos hacernos periodistas, allá en la lejana Santiago de Cuba.

Confieso secretamente que de Yodel quería tener su irreverencia, su tremenda cultura, y su talento para la televisión. De Luis aquella habilidad para escribir siempre de manera sobrecogedora, para ganar concursos, para conquistar amores. He sufrido porque me vi admirando a Yodel en nuestras conversaciones en “el regular” o “el francés”, porque también yo en algún momento quise ser como él, aunque ahora sus palabras lo aparten de mi, así, de esta manera triste. Ahora Yodel escribe desde Brasil, armado de sus argumentos y también de mucho rencor… y ataca a sus compañeros, y los denigra, y los juzga como no han hecho ellos con él.

A Luis le vi crecer como jefe de nuestro periódico digital en tiempos de estudiante, como buen deportista, como gestor de importantes proyectos en los predios de aquella universidad que definitivamente está entre las mejores cosas de mi vida. Ahora Luis y yo desandamos juntos en Camaguey los mundos de la radio, la televisión, los blogs,…. y es mi amigo. A Luis le ciega la pasión. Defiende siempre sus ideas con mucha prestancia. Es un tipo de talento.

Duele ver cómo pueden a veces las decisiones de unos cuantos cambiarles la vida a otros, y llenar de odios y resentimientos sus corazones. No sé por qué siento como una espina en la garganta que hayamos perdido a Yodel, y que ahora escriba contra un sistema que se que jamás entendió, pero el cuál no tuvimos el valor de explicarle y mostrarle tal como es. Yo, sigo pensando en la eternidad de la virtud, en el valor de la tolerancia, en la importancia de conservar hasta la muerte principios y sentimientos, …y defenderlos a toda costa.

No juzgo las palabras, solo tristeza me han dado las líneas que vi. ¿Por qué tiene el odio que superar buenos recuerdos? ¿Por qué cubanos de aquí y de allá continuamos reconociéndonos ajenos, diferentes, distantes?. ¿Cuánto tiempo más es preciso que pase para que “hagamos ese templo hermoso donde viven todos los hombres en paz”, para que tengamos menos distancias, para que nos queramos y nos aceptemos tales cómo somos, cómo podemos ser, como nos permite la vida, las circunstancias, el tiempo?...
Y hoy prefiero regresar a los días de universidad en que los vi a los dos grandes ante mí. Poner manos en mis ojos y volver a aquellas horas de regular, pollos hervidos y tertulias en la Casa Azul. Mejor no haber crecido… mejor no estar, olvidar, escapar…. No leer.