viernes, 10 de diciembre de 2010

Un día con Alberto Granados


Tuve que venir a Ecuador para tener una tarde completa a Alberto Granados para mi. El hombre que compartió con Ernesto Che Guevara, la travesía de aquel viaje en motocicleta por cinco países latinoamericanos, estaba en Quito invitado por el Consejo Provincial de la Provincia de Pichincha. Había llegado con su familia para conocer el único país del continente nuestro donde no había estado. Venía lleno de sueños e ilusiones, ávido de tener nuevas experiencias, expectante ante las muchas leyendas y tradiciones que guarda la historia de esta tierra, contento de conocer las leyendas de Atahualpa, Eloy Alfaro, o ver de cerca las transformaciones que la revolución ciudadana impulsa en estos tiempos.


Y estuve con él aquella tarde en la que juntos debíamos conocer las ruinas de Cochasquí, un sitio donde los pueblos originarios de la etnia quitus-caras, construyeron unas pirámides encima de la línea del Ecuador, desde las cuales pudieron observar las estrellas, predecir eclipses y ser testigos de fenómenos naturales como un día sin sombras. Pero lo mejor de ese encuentro fue constatar el dinamismo y la vitalidad que aún sostienen a este bioquímico revolucionario y emprendedor. Con él corroboré una vez más que el Che fue el hombre que siempre creí, el latinoamericano normal, el ser humano capaz de emocionarse con la belleza del mar e indignarse con el maltrato a los mineros dueños de tantas vejaciones.


Fue el Guerrillero de América en aquellos días de motocicletas un enamorado de la vida y de las mujeres, un ser humano capas de suspirar ante la perfección de un verso, ante la majestuosidad del Pacífico, ante la lindura que se encuentra también en el horrible rostro de la pobreza. Me contó Granados de sus días de profesor en la facultad de medicina de la Universidad de Oriente en Santiago de Cuba, y me dijo casi en secreto, para no molestar a su esposa, que entre las cosas que más le gusta en la vida además de hablar del Che, están las mujeres y el ron. Juntos supimos en Cochasquí de la grandeza de los hombres de antes en estas tierras. Vimos sus construcciones, lo que fueron capaces de hacer, nos contaron de las ropas y tejidos que usaban, de sus juegos, de sus instrumentos musicales.


Aquella tarde definitivamente se quedó en mi memoria entre las cosas mejores de todas las que he vivido hasta entonces. Tuve que estar lejos de mi Patria, para tener emociones como estas, las cuales ahora crecen porque gente que me fue importante en un tiempo, gente que creí inteligente, ahora me acusa de disidente, de desertor y de haber cambiado en conceptos y perspectivas. El Che y todo su pensamiento continúan guiando mis pasos por estas tierras de América, cuando siento que cada vez estoy más cerca de estar en Rosario, en La Higuera, otra vez en Santa Clara. A Granados el agradecimiento por su tiempo, sus palabras, sus vivencias, a la vida por hacer que naciera allí, que formara parte de ese pueblo inmenso que lucha por existir y ser por sí mismo, más allá de las carencias, los bloqueos, los que no comprenden, y al Che, claro está, por continuar siendo guía tremendo de cada paso que doy, por estas tierras de América.