viernes, 18 de marzo de 2011

Con Pablo Milanés en Ecuador


Algunos días han pasado ya desde aquella noche memorable en la que hice real otros de los sueños de mi vida. Las horas se van, el tiempo no se detiene ni siquiera para mí, pero en mi recuerdo permanecen casi palpables aquellas imágenes de lo que fue mi encuentro con Pablo Milanés en Quito. Había llegado unos días antes y pocos medios de comunicación ecuatorianos se atrevieron a comentar el suceso. Llegó el Maestro con los malestares típicos de quienes viven a poca altura y entonces se someten a una prueba mayor al pasar sus horas a más de 2 mil metros y literalmente entre las nubes. Pero venía lleno de deseos y expectativas. Yo tenía que estar allí, por eso fijé en mi mente hora y lugar. Sería testigo de otro acontecimiento supremo, en las tierras de la mitad del mundo, haría verdad un sueño que nunca pude conseguir en mi tiempo en la isla.


El teatro El Ágora de la Casa de la Cultura Ecuatoriana fue el sitio para el concierto. Llegué a la seis de la tarde, creyendo que el tiempo que me separaba de las ocho de la noche sería perfecto para ser de los primeros en el coliseo y tener el mejor de los sitios para verles. Fui iluso. Quince minutos después se cerraban las puertas, y los que no alcanzaron a entrar fueron acomodados en la hermosa sala del Teatro Nacional, para ver el suceso en pantallas gigantes colocadas allí. Y ni siquiera todos pudieron entrar allí tampoco. A pesar de que la derecha se empeñó en ensombrecer la llegada de Pablo a Ecuador, no pudieron impedir el lleno total en ambos teatros. Media hora antes de que apareciera el poeta llegó Rafael Correa. Por primera vez lo vi tan cerca y es mucho más alto de lo que me imaginaba. Venía con sus ministros y alcaldes, no quería perderse el primer mandatario, la oportunidad de corear las canciones que por años han acompañado los sueños de la izquierda latinoamericana de la cual él se dice un representante.

Yo estaba allí cuando cantó “Yolanda” y entonces recordé a Giselle y mis días en Santiago. Luego vinieron a mi mente muchísimos nombres: Mariana, Celia, Vilma, Marilín, Moraima, Margarita, cuando “En nombre de los nuevos” retumbó en las paredes del teatro. “Las cosas que nunca tuve”, me siguen faltando a pesar de todas estas experiencias, a pesar de que ahora sé de Macdonald y Coca Cola, de autos modernos y quesos de catorce tipos en los estantes del Supermaxi. Pero el mejor de los momentos de aquel tiempo con Pablo en Quito, fue cuando su voz me trajo la idea cuanto “ amo esta isla, soy del Caribe, jamás podría pisar tierra firme porque me inhibe.”. No lo dudé. Corrí a abrazar la bandera que un grupo de los muchos cubanos que estamos aquí, trajo al concierto. Saqué el teléfono y llamé a mi casa. Pude hablar con mi madre, con mi padre. Pude incluso llorar con ellos de alegría o de tristeza, la verdad no sé. Los tres sentimos los acordes de la guitarra de Pablo, y de un lado y del otro fuimos felices todos en ese instante.


Las cosas que nunca tuve dicen que son tan sencillas como irlas a buscar. Yo tuve a Pablo conmigo aquí en Quito, y lo guardo ahí, entre los mejores momentos de mi vida.

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