miércoles, 21 de abril de 2010

De mi calle, errores, suciedades y recuerdos.


Miradla ahí, es mi calle.

Así está la pequeña arteria de esta ciudad donde por más de dos décadas he padecido las alegrías y tristezas de mi vida. Cuando era un niño, en sus aceras aprendí el arte de construir con mis propias manos una chivichana, una especie de vehículo sui generis hecho de madera y piezas de carros, con el cual me ensayaba como conductor. Allí intenté jugar a las bolas, hacer bailar los trompos, empinar los papalotes y molestar a la vecina del lado tan empeñada siempre en que mis pelotas no aplastaran sus plantas.

En esa calle me aventuré por primera vez a montar bicicleta y me debatí apegado a las rejas del balcón en mis días de adolescente soñador, sobre cuál rostro de los que pasaban por allí era el que me gustaba más y aspiraba a tener entre mis manos alguna vez. De ella he salido hacia ciudades cercanas y lejanas en mi tiempo de estudiante. De allí me he ido muchas veces a vivir otras experiencias, a vivir amores, a desentrañar misterios. A ella he vuelto siempre de todas esas andanzas con el alma llena, y siempre me alegré de verla, abriéndome sus brazos imaginarios y otra vez acogiéndome sonriente y feliz.

Sólo esta semana supe que por debajo de ese surco de asfalto agrietado viajaban también las aguas albañales de las 96 familias con las que hace todo este tiempo comparto mi vida. Las aguas que lavan sus cuerpos, las que limpian de ellos sus residuos de amor, las que trasladan los desechos del metabolismo humano, no pudieron aguantarse más dentro de la viejas tuberías de 25 años y decidieron salir a la superficie, para inundar el vecindario no solo con el placer de su compañía, sino con el encanto de su inconfundible aroma.

Dicen que la arreglarán pronto… pero ya no llego feliz a mi calle, después de muchas horas dedicadas al arte de contar noticias, y mostrar historias. Ahora veo a otros niños bordear con sus bicicletas los charcos y sortear los baches que inunda el agua de los amores y los desechos. Recuerdo entonces que parte de la vida es la suciedad y la podredumbre, y que yo, al igual que ella, he tenido épocas de inmundicias y desechos. Sé que a veces no he podido contener mis errores en los tubos de mi ser, y los he sacado afuera, para que purguen en la fetidez y el horror.

Esa que ved ahí es mi calle… y duele mucho saberla así … pero ella como mis faltas, es mía, me pertenece… y la amo.


3 comentarios:

Heyse dijo...

Que bien... Manera sutil de expresar la nostalgia por el mal estado de tu calle. Pero ya la veo como otras que han sido condenadas a ser desvestidas de lo poco que les queda de asfalto y mostrarse en una piedra viva porque se retrocede en el desarrollo.

Ramon dijo...

Reinier,

Que descripcion tan vivida y eficiente de tu calle! Que suenos y vivencias de las cuales nos haces participes a cada uno de los que te leemos cada vez que escriben en el blog!

Es un articulo plagado de tus suenos, vivencias, experiencias y realidades de tu contexto como ser humano. Gracias por llamarnos a la reflexion, a la autocritica, etc.

Gracias mil por ensenarnos a que nos duelan las cosas y a que al amarnos a nosotros mismos encontremos un sentido de pertenencia aun en medio de nuestros propios errores.

Es sin duda de las mejores piezas que haz escrito. Sigue hacia adelante amigo mio.

Animal de Fondo dijo...

Me encantó esta entrada, con sus dos partes. Y me hizo reconocer que yo no tengo una calle y que, a pesar de los pesares, envidio la tuya. Entre las dificultades evidentes, que tan delicadamente describes, poder sentir lo que tú has sentido a lo largo de esos veinte años me parece una suerte de un tamaño inmenso. Nunca pude ni siquiera concebir una relación con el espacio frente a la casa que no fuera el de mero vehículo para llegar hasta otro sitio. En definitiva, nunca la habitó nadie con quien se pudiera jugar.
Pero me extiendo demasiado, sin saber expresarme, queriendo decir tan solo que creaste en mí la nostalgia de tu calle, que me hiciste sentir como si fuera la mía, la que nunca tuve, la que soñé.
Un fuerte abrazo y ¡gracias!