domingo, 4 de septiembre de 2011

Luces rojas que regalan sonrisas…


Sus historias pueden ser como las nuestras. Sus sueños no son menos loables que los que hemos tenido alguna vez. Sus manos, sus trajes, y sus bolos arrancan sonrisas de quienes transitan por las calles de Quito, y se detienen en uno de los semáforos de las grandes avenidas. Son jóvenes, a veces hasta niños, pueden ser ancianos, hombres o mujeres. En sus cabezas cuelgan caracoles, trenzas enormes, drelos al más puro estilo jamaicano. Su atuendo es todo color, como anunciando el carnaval de ilusiones truncadas por una sociedad que les niega la oportunidad de crecer y desarrollarse por su incitación constante al consumo. No tienen escenario mejor que las esquinas, que las acercas, que los contenes de la urbe que se place de ser cuna de grandes pintores, escultores y hombres de pensamiento. Son los artistas de la calle, y para ellos regalo estas líneas.

Conocí a Cristam Alberto caminando por aquí. Vino de Uruguay detrás de una novia ecuatoriana que le rompió el corazón. Maneja con una destreza asombrosa cinco bolo, con los cuales dibuja sobre su cabeza las más impensables figuras. Trabaja en la intersección de las avenidas de Los Shyrys y La República, y tras la luz roja del semáforo, espera que su número le deje algunas monedas que al final del día le alcanzarán para pagar el hostal que comparte con sus amigos, y para comer algo. Sonia en cambio es una maestra del equilibrio. Su pelo peinado a la más ortodoxa de las maneras, se eleva por los cielos cuando hace una torre humana, coronada por sus paletas de llamas también moviéndose en todas direcciones. Julián es casi un niño. Tiene una nariz roja, unos zapatos enormes y puede caminar así por una cuerda casi tan fina como sus dedos. Muestra los ojos de la tristeza de los artistas mal pagados, pero lo hace para ayudar a su familia.

El circo de la calle en Quito no tiene carpa, jaulas o camerinos. No traslada animales exóticos. No se anuncia con un carnaval de cornetas, o con la algarabía de épocas anteriores. En los tiempos de los jets, las comidas para perros y gatos, en la era de los teléfonos inteligentes, las tarjetas de crédito, o los cosméticos cada vez más sofisticados, hay gente que hace de este arte el medio de subsistir, la vía para comer, para seguir aquí. Hoy una iniciativa de la Vicepresidencia de la República de conjunto con el Circo du Solei de Canadá, tratará de darle dignidad a quienes optan por el oficio de hacer sonreír. Mientras tanto ellos siguen allí, otorgando una peculiaridad a esta ciudad marcada por su condición de mitad. Y me sirven a mí, para evocar aquellos días en mi ciudad sin semáforos, donde el circo era toda una aventura, donde la gente tiene lo básico, donde viven y son más felices, y hasta sonríen, con menos que aquí.

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